24.2.09

El Curioso Caso de Benjamin Button

Benjamin Button. Brad Pitt. Oscar. Cate Blanchett. David Fincher. Benjamin Button otra vez...
Estás son algunas de las palabras más repetidas en las secciones de cine de diarios y revistas este mes de febrero. Todo el mundo habla de la nueva película de David Fincher, las críticas en su mayoría la califican de poco menos que de obra maestra y también ha conseguido ganarse el favor del público (8,3 en la IMDB, directa al top 250) pero ¿Es realmente el logro histórico del que habla Anne Thompson de la revista Variety? ¿Nos encontramos ante una de las mejores películas del año? No y no. 

Por si queda alguien que todavía no lo sepa, El Curioso Caso de Benjamin Button narra la vida de un hombre que nace viejo y a medida que pasan los años rejuvenece. A lo largo de la película, acompañamos al Sr. Button a la guerra, cuando se enamora, cuando encuentra su primer trabajo, cuando coquetea con las prostitutas portuarias, cuando se vuelve a enamorar... Y así con un largo etcétera. Demasiado largo quizás. 
Contada así, la película promete gracias sobretodo a su magnífica premisa, idea de F. Scott Fitzgerald, y también a los nombres que arrastra el proyecto (David Fincher, Brad Pitt y Cate Blanchett son palabras mayores) pero lo cierto es que deja, con el tiempo, un regusto amargo.

El principal problema de Benjamin Button es el guión, largo y plagado de tópicos. Uno de los peores errores de el guionista, Eric Roth, es el de introducir la figura de la abuela desvalida en el hospital y la hija que le lee el diario, algo ya visto en películas como Big Fish y que que no aporta nada a la historia (de hecho todo el mundo pasa este detalle por alto en las sinopsis). 
El guión falla incluso en uno de los mejores momentos de la película, aquel en el que vemos como un cúmulo de situaciones que escapan al control de los protagonistas acaba drásticamente con los sueños de uno de ellos, ya parece metido con calzador y ser una mezcla entre Ameliè y Magnolia. La historia de amor también parece cogida con pinzas y el único momento que puede despertar algún sentimiento en el espectador es cuando ambos tiene la misma edad, momento que coincide con el cambio de ritmo que nos llevará directos a un final de apenas 10 minutos que nos mostrará la muerte del protagonista. 10 minutos comparados con los otros 150 que está la película divagando.


Técnicamente hay pocas cosas que se le podrían reprochar. La fotografía, el vestuario, el maquillaje, los efectos especiales, todo está cuidado al extremo, demasiado. A decir verdad, uno acaba saturado de toda esa parafernalia que se despliega en la pantalla. Cansa ver decorados tan densos, pomposos y digitales. Todo tiene ese velo de falsedad, de artificialidad y de superproducción que acaba por desenganchar al espectador con su grandilocuencia. Ese espectáculo vacío y ñoño tan hollywoodiense es más digno de Ron Howard que de David Fincher. 
De todo esto parece haberse dado cuenta la Academia, al concederle tan sólo 3 de las 13 estatuillas a las que optaba la película, todas ellas por aspectos técnicos. Este no iba a ser el año de Benjamin Button, ya que, ahora que está de moda el cine independiente, una película tan descaradamente encaminada a arrasar en este tipo de premios lo tiene difícil para triunfar. El ejemplo lo tenemos bien reciente, Slumdog Millionaire ha arrasado este año en los Oscar. Una película que ha costado tanto como el sueldo de Pitt en Benjamin Button y que consigue emocionar con una historia sencilla, honesta y directa.

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