23.2.09

THE WRESTLER, el combate contra la decadencia

“The Wrestler” es la historia de un luchador derrotado por su propia vida.
En este film, Mickey Rourke resurge de sus cenizas para dar vida a Randy The Ram, una vieja estrella del pressing catch en horas bajas. Veinte años después de acariciar el cielo subido a las cuerdas del cuadrilátero, Randy es ahora un hombre con demasiados frentes abiertos que ya no puede controlar. Mientras malvive en una pequeña caravana alquilada y emplea el sueldo que gana en su trabajo en el supermercado para comprar drogas, The Ram trata de ganarse el amor de Cassidy (Marisa Tomei), una stripper a la que frecuenta entre sórdidos shows que tienen más de comedia que de lucha. Sin embargo, todo cambia cuando en medio de una de estas exhibiciones sufre un ataque al corazón. Este es el punto de inflexión que hace eclosionar la evolución del personaje: The Ram deja el pressing catch para intentar recuperar el cariño de la hija a la que abandonó cuando el público aún le aclamaba (Evan Rachel Wood) y formar una familia con Cassidy. Pero puede que ya sea tarde, a veces hay cosas que un hombre no puede cambiar.
“No oigo tan bien como solía, olvido algunas cosas, no soy tan guapo como era. Pero maldita sea, estoy aquí, soy The Ram”. Al oír esta frase de boca de Randy, como muchas otras, resulta inevitable el paralelismo entre este personaje y un actor que, tras el éxito de los 80 y más de una mala elección en sus proyectos cinematográficos, desapareció de la gran pantalla para volver, diez años después, sin pena ni gloria. Dedicó este tiempo a uno de sus grandes sueños, el boxeo. Antes de que Darren Aronosfky le subiera a uno de ellos, Rourke ya le había tomado las medidas al ring. Sin embargo, igual que en Hollywood, acabó saliendo por la puerta de atrás del cuadrilátero. Hasta que Robert Rodríguez le ofreció las calles de su “Sin City”, Rourke andubo paseando por los mundos de la serie B y algún que otro film subido de tono, además de segundas partes que, ya se sabe, nunca fueron buenas. Pero el momento de Rourke tenía que llegar, e iba a hacerlo a lo grande, con una papel tan hecho a medida que algunos han llegado a decir que el actor se interpreta a sí mismo.

De la mano de Randy, el espectador se da una vuelta por la decadencia del ser humano que es absorbido por su propia degradación. El luchador quiere abandonar el mundo del pressing catch, pero su entorno lo encierra en una espiral de la que no es capaz de salir. Tan solo existe un punto de esperanza cuando, a la luz del día, Randy y Cassidy se vuelven personajes amables, salidos tan solo por unas horas de esos bajos fondos en los que habitan. Parece que queda todavía una última oportunidad para que todo salga bien, queda espacio para el final feliz y las perdices. Pero si toda su vida ha girado alrededor de la lucha libre, si ha dejado todo lo que tenía por ella, The Ram no encuentra en los 115 minutos de celuloide una manera de recuperar lo que aún le queda y vuelve, inevitablemente, a ese único lugar donde se siente él mismo, donde no le duelen tanto los golpes.
La cámara sigue de cerca a un personaje que en contadas ocasiones desaparece del plano. Generalmente desde atrás, a sus espaldas, retrata a un hombre encorvado, casi moribundo, que presagia de alguna manera su mismo final. Si enfoca su rostro, el espectador contempla a un Randy demacrado, torpe, aletargado a veces (las cicatrices de Rourke son el legado de sus años de boxeo que varias operaciones de cirugía plástica no han conseguido borrar). Las palabras de Cassidy ante las heridas de él, parafraseando unos versos aparecidos en “La Pasión de Cristo” llegan a comparar su sufrimiento con el del mismo Jesucristo cuando ella dice: “Lo empujaron por nuestra faltas, fue lacerado por nuestras injusticias. Nuestro castigo recayó sobre él”. The Ram, de hecho, atraviesa un calvario, nunca recibe el perdón de su hija, la falta de comprensión y de auxilio de quienes le rodean lo hunde cada vez más en la miseria en la que se encuentra. Cuando Randy le pregunta de qué habla, ella contesta “Es la pasión de Cristo. Tiene el pelo igual que tú. ¿Nunca la viste?”. A caballo una vez más entre la broma de mal gusto y la realidad más cruel, está el protagonista.
La sensación de angustia nunca desaparece, sino que se intensifica a medida que el film avanza para culminar en un fuera de plano devastador que trata de dejar abierto un final que el espectador ya conoce. Si bien la película no tiene un ritmo acelerado, es cierto que la trama se dosifica de manera que no aburre a un público que, desde casi el primer momento, intuye el desenlace y lo espera con más lástima que intriga. A pesar de todo, el director sabe crear momentos de distensión, aportando el contrapunto casi cómico, cuando nos muestra a un Randy que se tiñe las raíces ante el espejo o acude a su sesión semanal de rayos UVA. Amigos, este es el show del pressing catch.
Podría parecer, a primera vista, que “The Wrestler” narra la mil veces repetida historia de la degradación de los ídolos de masas venidos a menos. En un tiempo en que tenemos famosillos de usar y tirar, como estrellas fugaces que pasan por nuestras pantallas durante uno o dos meses antes de extinguirse para siempre, no resulta tan trillado el argumento del juguete roto ni queda tan lejos esta crítica. Ahora que podemos ver el pressing catch de sobremesa, Randy nos acerca a este mundo tan desconocido a pesar de todo. Un mundo de pantomima con heridas reales en que se sangra más fuera del ring que dentro. Las escenas de combates, llevados al extremo alguna vez, muestran más sangre y brutalidad, quizás, de la necesaria. Esto no hace más que elevar esa ansiedad a la que se somete al espectador, ese dolor que él también siente en las heridas de Randy. Quien se acomode en la butaca esperando una cinta repleta solo de carne, alcohol y violencia, quizá se haya equivocado de sala.
El círculo de “The Wrestler” se cierra cuando el protagonista pronuncia sus últimas palabras antes del combate final. La frase “Ya se sabe, si vives rápido y lo haces al límite y si consumes la vela por ambos lados, pagas un precio por ello.” resuena en el espectador durante el último show de Randy. Después queda el salto desde las cuerdas al vacío, el corazón que ya no puede latir y el plano del techo del ring que ha acabado por encerrar a The Ram para siempre.
“The Wrestler” fue rodada en 2008 y ganó los premios Spirit a mejor película y mejor actor de ese año. Mickey Rourke, olvidado hasta poco antes, obtuvo un globo de oro y una nominación a los oscar por su interpretación de Randy The Ram.

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